No, no es una cachetada, tampoco una nalgada, es peor. El término Slapp viene del
vocabulario jurídico, por sus siglas en inglés significa Strategic Lawsuits Against
Public Participation, en español Litigio Estratégico contra la Participación Pública.
Este nace en la Universidad de Denver en los años 80s y ahora es increíblemente
común en Guatemala, hace alusión a un tipo de litigio estratégico malintencionado
para acosar e intimidar a las personas que protegen el interés público; ojalá hubiera
sido una cachetada o una nalgada.
El litigio estratégico suele ser una medida de protección de Derechos Humanos,
donde promueven la aclaración y respeto de estos hasta llegar a la modificación de
leyes y permitir reparaciones a Derechos Humanos violados. Detengámonos a
pensar por un segundo, si esa protección se usará al revés, si se volviera un ataque,
ahí nace el Slapp; la aclaración se vuelve oscuridad, la protección se vuelve
persecución y las reparaciones ataques y violaciones a la libertad.
Esta tendencia se está haciendo especialmente popular en Guatemala; juicios
espurios en contra de periodistas, abogados, jueces y fiscales; persecución penal a
quienes defienden el Estado de derecho, y si, por insólito que parezca, la justicia
para limitar los Derechos de la gente. El acoso también llega a los litigios y en un
Estado de derecho tan lesionado como el de Guatemala todos estamos próximos a
que nos den un Slapp.
Este fenómeno no se queda en instancias penales, puede verse también en lo civil
donde se demandan sumas de dinero millonarias por el libre ejercicio de la libertad
de expresión y de la libertad periodística, donde a lo largo de toda América Latina un
simple tweet puede llevar a esto, es así que tenemos como resultado un exilio
masivo de abogados, operadores de justicia y periodistas en los últimos años.
Nadie dijo que defender la libertad fuera una tarea fácil, pero cuando quien tiene la
obligación de hacer justicia se vuelve tu verdugo, la justicia deja de existir, el litigio
estratégico se vuelve un arma y la narrativa libre se vuelve una sentencia
condenatoria.
En palabras de George Orwell, la libertad de expresión es decir lo que la gente no
quiere oír.
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