Guatemala, tierra de la eterna primavera, en el sentido metafórico vemos a este famoso refrán haciendo alusión a la época del año, donde el paisaje es hermoso y pinta a ser aún más hermoso al siguiente día y eso lo puede asegurar cualquier turista, pero los guatemaltecos piensan lo contrario.
Con un Estado de derecho destruido, cacería de abogados y fiscales a la orden del día, delincuencia y corrupción en niveles extraordinariamente altos y un miedo constante de no saber si el país va a colapsar al siguiente día; Guatemala es una primavera sin flores.
Hoy por hoy pareciera que el florecer del país está cada más lejos, el bueno es marginado y el malo ascendido de puesto, quien amenaza es la víctima y el amenazo el culpable, a manos de verdugos con trajes a la medida hechos con los mejores sastres y al acecho de cualquiera que modifique su reino y cambie si quiera un poco su estatus quo.
La constitución, el escudo de la gobernabilidad del país se convirtió en la espada que desenvainan a cualquiera que no se ponga a raya de sus exigencias, sin embargo, hay un peso mayor a cualquier corte, amparo o persecución política; la gente, con esperanza incansable de ver la primavera que nos prometen desde pequeños, con la lucha que memorizamos el himno desde pequeños y con el sueño de ver el país que queremos.
Día a día el Estado de derecho y la gobernabilidad del país se reduce, al punto de percibirse casi inexistente. Abusos de autoridad, detenciones arbitrarias y violaciones a la constitución, al punto de convertirla en un arma de criminalización cuando su objeto es mantener la gobernabilidad del país.
Se pueden cortar las flores, pero siempre vuelven a florecer…
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